Día 3

Domingo 28 de Junio de 2009

"Llegada a Melilla a las 8 horas. Melilla-Alhucemas. Concierto 21h"


El barco comenzó a moverse girando para salir del puerto de Algeciras. Algunos del grupo salieron a cubierta para ver la maniobra. La gente aun seguía sentándose y moviéndose por dentro del barco, cambiando de asiento, o en el caso de los niños pequeños, llorando. Se avecinaba una larga noche, más larga que la pasada.

Al cabo de unos minutos, quizás con la salida del barco a alta mar, parte de las luces del interior del barco se apagaron; pero justamente un par de focos que quedaron encendodiso nos coincidieron encima. Y con ello, y hasta prácticamente la llegada a Melilla, la situación quedó así.

La salubridad del barco era muy pero que muy discutible: nada más entrar había sido el fuerte hedor, luego los comentarios de aquellos que visitaron los baños desalentadores, y el colmo fue lo que nos pasó a mitad del viaje: un bichito apareció a un lado del pasillo. Era una cucaracha más bien pequeña que daba vueltas sin que fuera a ser alcanzado ninguno de nosotros, pero los gritos de Sara le hicieron ponerse como loco, y empezó a acercarse a nosotros. Tras unos momentos de confusión (no saber con qué pararlo) al final un zapatillazo. La consecuencia fue la que pasa cuando un cuerpo sufre una presión sobre su cuerpo más grande de la que puede soportar, con el plus de que un trozo quedó pegado en la propia zapatilla. Técnicamente fue asqueroso.

Tras el incidente, pues todo continuó igual. La gente siguió pasando en las dos direcciones, y, poco a poco, también alguno de los de la OCAS prefirieron sentarse o echarse en el suelo. Yo continué en la "cómoda" butaca, junto con, en realidad, la mayoría de nosotros.

La llegada a Melilla fue aproximadamente a la hora prevista, y no fue para nada tan complicada como el embarque. Básicamente consistió en salir del barco por la pasarela, bajar las escaleras, y llegar al aparcamiento de la salida donde ya esperaba el bus. En dos oleadas, llenamos el autobús, ya que algunos remolones se sentaron en unos bancos que había en el edificio de desembarque.

El siguiente paso era entrar en Marruecos. La opción de hacerlo ilegalmente es, creo, bastante complicada. 'La valla' es doble, muy alta, tiene inclinación para no poder treparla, y en fin, parece estar realmente asegurado. Viendo eso, pues nos dirigimos a la frontera para salir de España. La salida fue realmente rápida, pero al entrar en tierra de nadie, los de la parte marroquí empezaron su chequeo. Lo primero que nos hicieron fue pedirnos los Pasaportes. En ese momento pasó algo extraño, porque al pedirlos y contarlos antes de entregarlos, salían los que tenían que salir, 41, pero cuando se los llevó, saltó un chico diciendo que el faltaba el suyo. Supongo que sólo habrá sido un error en la suma, y no que hubiéramos pasado -legalmente- a alguien en el bus. El siguiente paso, después de varios minutos, fue que un médico marroquí entró en el autobús y, con un láser o algo similar, nos tomó la temperatura; al menos eso fue lo que me dijeron que hacía. Tardaba como entre medio y un segundo en pitar, por lo que pregunté a los mayores del bus que si era tan rápido, como yo en mi casa tenía que esperar a que marcarar la temperatura varios minutos. La respuesta fue que este método solo detecta fiebres altas, algo que, de todas formas, se ve o se debería de ver. Si tengo 40º C lo más normal es que se vea que estoy enfermo.

Por suerte, a nadie le pitó; al menos que yo sepa. Por lo que esa prueba la superamos. Al cabo de bastantes minutos, quizás una hora, volvieron con los pasaportes visados, arrancamos el bus, y pasamos la frontera. Eran las once menos cuarto de la mañana, y tuvimos que retrasar una hora nuestros relojes. Ya dentro de Marruecos la cosa cambia. Parece mentira que con solo cincuenta metros viajemos a un país tan patrótico y diferente. Las calles están repletas de banderas marroquíes, y varias fotos del rey de Marruecos están colgadas también a la vista. Las calles se ven mucho más áridas, junto con las fachadas de los edificios. Es todo muy diferente. Poco a poco fuimos avanzando por tierras marroquíes sorteando coches llenos de cosas, tanto dentro como en sus inmensas bacas que sobrepasaban, en algunos casos, un par de metros de altura. Allí eso es normal, y a los policías no les molesta. Los propies policías, como es obvio, visten diferentes, a parte de que se ve que son claramente moros. Más o menos se podrían describir con personas con bigote, morenos, un gorro de plato y una camisa azul celeste. Algunos tienen una especie de manguitos blancos en las muñecas. Todos hablan francés o árabe, sólo. Para mi sorpresa, durante ese trayecto, aun estábamos dentro de la zona fronteriza, por lo que aunque era Marruecos, no éramos 'libres'. Seguimos avanzando, y terminamos dando con la puerta de la salida de ese recinto.

A la salida y estar en el puro marruecos, encontramos una plaza donde había algunas tiendas con nombres más bien españoles. "Casa Pepe" o "Carnicería Manolo", así tal cual, en español. El bus lo paramos en una zona junto a un bar. La gente bajó para tomar algo o fumar. Yo quedé en el autobús evitando salir al duro sol del medio día aunque sin el aire acondicionado, era igual de duro. Al final opté por acercarme a la puerta delantera y ahí quedé con unos cuantos comiendo el bocata de jamón y queso que aun me quedaba, charlando y recibiendo a los primeros vendedores de marruecos. Como era de esperar, el primero que se acercó nos ofreció tabaco y droga. Después llegaron críos pidiendo. Jano le pidió una galleta a Alba para dársela a uno de ellos, y ella le advirtió que vendrían más. No pasó un segundo desde que se la dio, y otro niño se acercó. Al final creo que se la dio pero no fue para tanto.

Cuando pasaron los quince minutos que se habían fijado, empezaron a llegar poco a poco los que habían bajado. Algunos comentaban que habían tomado un sabrosísimo zumo de naranja natural por cuatro duros en un bar cercano. Otros simplemente se quejaban del calor o de la gente tan agobiante que había. Cuando más o menos parecíamos estar todos, nos contaron y salimos en dirección al hotel de Al-Hucemas.

Atravesamos la zona urbana que continuaba repleta de banderas de marruecos, fotos de rey, y más decoraciones, parecía bastante en condiciones: dos carriles por sentido separados por una mediana con palmeras y farolas, y un firme bueno que se dejaba rodar. Poco a poco fuimos hacia las afueras y la carretera se iba convirtiendo en algo más parecido a la antigua carretera nacional de La Costa que une Gijón con Llanes, llena de curvas, camiones, dos carriles, y arcenes poco abundantes. Pero, además, también un detalle: nadie respeta la normas de tráfico aquí. Por ejemplo, lo de no adelantar en línea contínua no siempre se cumple, depende de la prisa que tenga. Por ese motivo, durante el primer trayecto vimos muchas locuras en los adelantamientos.

No tardamos mucho en llegar a Al-Hucemas, unas dos horas y media. A la una, hora local, empezamos a descender hacia la cala donde está el complejo hotelero. Fue la primera prueba dura para el conductor, ya que las cuestas y curvas para llegar al nivel del mar eran pronunciadas y complicadas de sortear. En cambio, las vistas eran preciosas. El terreno, seco, junto al mar, guardaba un poco de verde camuflando las fuertes pendientes. Como un auténtico heroe, el conductor nos dejó junto al Hotel. ¡Que buena pinta tiene! Bajé la mochila, el portátil y salí al exterior. No estaba mal el tiempo, aunque las mangas largas empezaban a molestar un poco.

Abrieron las bodegas del autobús y poco a poco sacaron las maletas. La mía, como estaba en la parte de abajo esquinada, la tenía controlada. No tardé mucho en poder cojerla, principalmente porque todo el mundo tenía ganas de pillar la cama. Entré en el hotel cargado con todo y nos pidieron los pasaportes. Lo di y, tras un pequeño momento de desorganización, nos dieron la habitación. Los chicos estamos en habitaciones de cuatro, y las chicas, de tres. Nos dieron la llave 112, fácil de recordar. Empecé a subir las escaleras pensando que encontraría en la siguiente planta la habitación, pero me encontré con el restaurante. Di la vuelta abajo y pregunté por si alguien sabía hacia donde había que ir. Escaleras arriba fue la respuesta, así que volvimos ya los cuatro de mi habitación, y el resto de la orquesta, escaleras arriba, pasando por el primer piso, y el segundo. Resultó que el segundo piso era el bar, así que continué caminando y, ufff, vi la piscina.

Aunque era muy tentador, necesitaba desprenderme del equipaje rápido, así que subí un poco la mirada y vi la señal que indicaban las habitaciones. Son como pequeños adosados de dos plantas, donde hay cuatro habitaciones por casita. Están distribuidos en dos filas, las 0XX y las 1XX, y los primeros en primera línea de piscina, y los segundos subiendo unas escaleras más. Casi todos estábamos en las de más arriba. Así que, más o menos, después de subir mil escalores, llegamos a nuestra fila, subimos al piso de arriba (11X) y buscamos nuestra habitación, yendo primero hacia la derecha, y fallando, y luego yendo a la izquierda y acertando. Entramos y se nos cayó la baba, rápidamente me pillé la primera cama que avisté y René lo mismo. Los otros dos son el concertino, y el solista. A ellos, los más importantes de la formación, les tocó sin sorteo tocar en los dos sofás-cama que había en el salón.

Una vez dejamos las maletas en la habitación, fui de cabeza al baño a ponerme el bañador y crema, y directo a la piscina. Aguanté un ratito fuera en las tumbonas mientras la gente se lanzaba al agua y me metí directo. El agua estaba estupenda, una vez mojado el cuerpo, no apetecía para nada salir. Continué minutos y minutos dentro, pero pronto el gusanillo del hambre apareció. La gente había comenzado a comer en la terraza del bar y nosotros no fuimos menos. Poco a poco nos fuimos juntando, acercando mesas y sombrillas, y esperamos a que nos atendieran. Tardaban mucho y nadie venía, así que empezamos a pensar si sería mejor bajar al restaurante... y eso hicimos. Bajamos con las toallas enroscadas y de bañador, y aunque solo estaban comiendo unos de la orquesta, pronto nos dimos cuenta que no eran pintas de estar ahí, así que volvimos arriba y esperamos otro poco. Siguieron sin atendernos y entonces nos dirigimos a la barra y hablamos con uno de los pocos camareros que había ahí. Le pedimos una carta y aunque ya teníamos una idea porque en la mesa la habíamos visto mientras esperábamos, fuimos apuntando en un papel lo que queríamos. Yo quise una ensalada del Cheff y agua, por 80 dh, que al cambio sería algo menos que 8 euros.

Nos sentamos pensando que fuera a tardar poco, pero con tanta hambre no pudimos esperar más y Isabel, Sara, Ester y Yo dicidimos darnos un baño. Como era previsible, no tardaron poco y disfrutamos de un baño relajante. Cuando vi varios platos que posaban sobre la barra, presentí que eran los nuestros, y salí de la piscina y me fui secando con la toalla mágica. En un momento no tenía ya una sola gota sobre el cuerpo, y el bañador no estaba muy mojado tampoco. Me acerqué a la mesa, puse la toalla en la silla, y me senté. No tardaron en llegar los primeros platos que tenían buena pinta. Los bocatas de pollo eran grandes, baratos (35 dh) y tenían una pinta estupenda. Otros pidieron espaguetis y otros, como yo, ensaladas. La mía era grande y tenía un poco de todo: lechuga, zanahoria en tiras, patatas cocidas, aceitunas negras, remolacha picada y tomate. Otra chica había pedido una ensalada como la mía, y tenía, además, un par de rodajas de piña con las patatas, y unos granos de maíz entre la zanahoria. En el dibujo de la carta, además, se veían unas gambas por encima a modo de presentación... pero fueron un simple dibujo.

Habíamos quedado a las cinco para salir para el ensayo y demás, y terminé de comer a eso de las cinco menos cuarto. Mucha gente, en vez de darse el baño, decidió subir a cambiarse, y cuando terminamos, algunos estaban terminando de comer, pero ya vestidos. Subí rápidamente a ponerme la ropa del concierto y puntualmente estaba en la puerta del hotel junto al autobús. La gente apareció poco a poco y bueno, con algún que otro retraso, salimos del Hotel en dirección a Al-Hucemas.

La ciudad estaba decorada a más no poder, como si fuera carnaval, tenía un montón de banderas nacionales y murales del Rey en las fachadas de los edificios. El sitio donde tocamos es la sede del Instituto Cervantes, un edificio donde ondea la bandera española, y tiene un logo como una I con una tilde (el rabito de la ñ) encima. Tras pasar una barrera donde un policía controla el paso, estábamos dentro del recinto que tenía edificio principal, una escuela donde nos dirigimos, y un par de canchas de fútbol y baloncesto a modo de patio. Dentro de la escuela, a la derecha del hall estaba el salón de actos, donde íbamos a tocar, y a la izquierda los baños y un par de aulas. Al fondo tenía pinta de ser la parte de dirección, etc... Entramos en el salón de actos y empezamos a colocar las sillas, armar los atriles y a tocar algunas notas.

Hicimos un ensayo general donde tocamos algunas de las obras que no nos habían dando tiempo ver en los ensayos de Asturias como por ejemplo Nife. Es una obra bastante contemporánea que representa los momentos previos y posteriores a un accidente en la mina.

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