Día 2

Sábado 27 de Junio de 2009

"Llegada a Aguadulce, Almería. Salida en Ferry Almería-Melilla a las 23:59"


Una vez arriba del autobús, los once de Gijón tomamos asientos en diferentes sitios del autobús. Aunque inicialmente tenía el equipaje de mano en la tercera fila, al final me senté en la cuarta fila de la parte de la izquierda, detrás del chófer.

El primer destino era ir a Lugones, donde a las 00.25 llegamos para meter en las bodegas del autobús toda la percusión, piano, y el resto de instrumentos de las personas que subieron allí. Tras una partida de Tetris colocando todo el equipaje e instrumentos en los maleteros, salimos rumbo a Oviedo. Empezaba a haber algo de etraso, así que la gente estaba esperando allí ya. Fue subir y tirar en dirección Mieres donde se subieron unos pocos más, los últimos de Asturias. Tras eso, nos pusimos marcha a León.

Mientras subíamos el Huerna, preparé la almuhada y saqué la manta. La temperatura exterior comenzó a bajar, hasta llegar a los 15º C. En cambio, la interior del autobús se mantenía constante a unos 20 ºC. Como hasta ahora nadie se ha atrevido a ponerse junto (en el mismo par de asientos) a mí, tengo bastante sitio. El portátil está colgado en las ataderas de las cortinas, el cojín lo tengo justo en la esquina del respaldo con la ventana, y el equipaje propiamente dicho de mano (la mochila) está en las bandejas de arriba. Yo, ante esa situación, pues sentado en el asiento de la ventana, pero con los pies en el resposapiés del asiento de enfrente junto al pasillo. Resulta cómodo pero, como siempre, solo un poco; es difícil encontrar buena postura en el autobús. Parte de la gente se tomó una pastilla llamada "Dormidina" que, ¿obviamente?, da sueño. A más de uno sí que le hizo un buen efecto; aunque yo preferí no probarla: si pasara algo, que por suerte no pasó, preferiría estar despierto que adormecido, eso sin contar los efectos secundarios.

Cuando llegamos a Madrid para que se montara una chica y cambiar de conductor, ya había amanecido. Durante ese trayecto, fui poco a poco cayendo para terminar a estas alturas echado en los dos asientos con un brazo metido en las cuerdas del portátil. La verdad es que fue muy cómoda la siestecilla que me tomé. A partir de llegar y despertar, el viaje comenzó a resultar un poco pesado, al menos a mí. Las paradas comenzaron a ser menos necesarias y más frecuentes, pero cada vez estábamos más cerca.

El cambio de paisaje desde que amaneció nos llevaba cada vez a unas extesas llanuras que se convirtieron poco a poco en las montañas de la Sierra Nevada. La flora también pasaba poco a poco a tener menos densidad y color. Aunque, sin duda, no me esperaba que fuera tan gradual, en el sur no están tan mal. Pasamos por el desierto donde se rodaron películas del Oeste, y encontramos una gasolinera donde compré una botellina de agua. Por un euro. Parece que según uno baja al sur, cambian los precios un poco a la baja. Esquisitamente fresca, fue poco a poco bajando durante el acercamiento a Almería. Aproveché entonces para comerme uno de los dos bocatas que llevaba en la mochila, el de pollo que, como tenía mayonesa, era el que más riesgo podría correr.

Cuando llegamos a Almería, a eso de las 14:00, nos propusieron como bien sabíamos, poner los instrumentos delicados en la casa del Lutier amigo de Manuel. Allá fueron los violines, y básicamente, todos los instrumentos de cuerda, que son los más "delicados". Con los más de 30ºC que había en el exterior, se pueden estropear. Aunque, como es resistente, el trombón quedó como un rey en la parte de atrás del autobús; no se va a licuar ¿verdad?
La segunda propuesta era dónde comer: la primera opción que nos dieron fue "ir de tapas", es decir, pedir una bebida (cerveza o mosto) y que te pongan un platito con algo; la segunda opción fue ir por libre para comer o en la playa o en un bar o restaurante. Como ovejas, nos decantamos por ir a picar un poco. Tras pensar si tomarlo fuera, y descartarlo por el agobiante calor que había, entramos dentro del bar que tenía aire acondicionado. Pedí un mosto con una tapa de calamares. El resto pidieron otras cosas, y les fueron sirviendo. Cuando, cansado, le pregunté cómo iba lo mío, me dijo que no había calamares. Pedí entonces un cachito de pescado (creo que dijo 'aguja') el cual frieron y me sirvieron más o menos rápido. Estaba muy bueno, y, por lo que costó, 1.5€, pues no había otra opción que pedir otra vez. Volví a la barra y pedí otro vasito de mosto (no había terminado el otro) con, esta vez, un cacho -cachote- de tortilla. Muy bueno.

Después de comer, fui al baño y me puse el bañador. El baño era muy pequeño, exprimido al máximo el espacio. Pero bueno, aunque fuera difícil, salí con el bañador debajo del pantalón que convertí en pantalón corto. Aunque fuera hacía mucho calor, yo seguí con la camiseta azul de manga larga. Llegamos a la playa de Aguadulce, poco a poco, la gente se fue quedando en bañador o bikini, echándose crema y metiéndose en el agua. Yo al principio eché crema en las piernas y un poco después quité por fin la camiseta y me eché crema en la espalda y frontal, brazos y frente.

La arena de la playa no era cosa de otro mundo; es más, personalmente no me pareció nada buena. Era demasiado similar a la gravilla, justo lo contrario de la arena de Borizu. Como hacía calor y hacía daño pasear a pie descubierto por ella, además de lo caliente que estaba, la idea de jugar a fútbol decreción. Al final tosté un poco boca-arriba y boca-abajo. Cuando la gente salió del agua, aguantamos otro poco sobre la toalla, hasta que el calor se tornó en insoportable. Propuse que nos diéramos un baño, y algunos de los que estábamos allí entramos al agua. La primera vez que me bañé en el Mediterraneo no fue una cosa del otro mundo; los falsos mitos se diluyeron en el agua: ni estaba tan "caliente" como se vende, ni tan "sucia", ni había medusas, etc... Referente a la suciedad, tampoco es que fueran las aguas cristalinas de una cala asturiana, pero tampoco nos encontramos chapapote o restos de hierro.

La tarde fue pasando y entre bañarse y ponerse al sol, empecé a hablar con más gente. Como no íbamos a jugar a la pelota en la arena, jugamos a "a, e, i, o, u" dentro del agua; había gente que no sabía jugar, y hubo que explicárselo. Es sencillo y divertido. Lo que ocurre es que con la arena tan empedrada que había, resultaba un poco complicado saltar, ya que tenía que nadar para flotar y no tocar la arena. Aunque no hicimos nada especial, el día en la playa en Almería fue un gran acierto, ya que nos evitamos que se nos hiciera eterno el viaje de ida a Andalucía, y también nos iba a ayudar a desconectar del viaje sin llegar a cargar las pilas para el viaje en Ferry. Muy bien pensado.

A las ocho de la tarde nos tocaba estar en el bus para ir a donde íbamos a embarcar, así que media hora antes, salimos andando de la playa para ir yendo al lugar de encuentro que, en principio, no sabíamos con total seguridad donde estaba. Al salir de la playa intenté tomar un poco del agua que tenía en la mochila, pero después de toda la tarde al sol, lo más parecido que contenía esa botella era mechiu. Así que también la sed se juntó con la hora de quedar. A la entrada vi un Eroski, y también cerca de donde comimos había un Mercadona; el primero estaba más cerca del lugar de encuentro, así que en primera instancia nos dirigimos hacia allí. No sé porqué, pero la gente a mitad del viaje desistió y decició que debíamos ir a donde comimos para comprar algo, es decir, dar la vuelta y alejarse del lugar de encuentro. Como aun había tiempo, empecé a andar hacia donde el grupo se dirigía. Al llegar a donde comimos, y ver que no había una propuesta clara y el tiempo seguía pasando, decidí, propuse y comenzamos a ir un grupo pequeño de personas al Eroski por la avenida principal del pueblo. A los pocos metros, quedamos formando el grupo tres, que continuamos heroicamente hasta el supermercado. Al llegar, me dijo el guardia que no podíamos pasar con las mochilas en la espalda, así que quedé en la puerta y encargué una botella de agua fría grande a René, uno de los dos. Pasaron los pocos minutos que quedaban para las ocho, y alguno más, y salieron con algo de comida para ellos y el agua.

Comenzamos a bajar una cuesta donde, supuestamente, tendríamos el punto de encuentro con la gente esperándonos. El grupo que había quedado donde comimos avisó de su situación, pero nosotros no porque se suponía que íbamos a llegar a tiempo. Cuando, creo, estábamos cerca, René gritó "mira el bus", y eché a correr detrás de él. Tras un día de playa, la caminata que ya nos habíamos pegado, el calor que hacía..., la pateada resultó devastadora, pero al menos nos vieron desde arriba del bus, pararon y subimos. Me dijo Alba al subir "poco más y quedáis en tierra", porque contaban, como es normal, con que nosotros estaríamos también con el resto del grupo. Fuimos entonces a por el resto del grupo a la zona donde comimos. Me cambié el bañador y me puse el pantalón corto y también cambié la camiseta larga con una de manga corta. Subieron los instrumentos, y nos fuimos por una bonita carretera junto a unos acantilados en dirección al puerto.

Al llegar, muy en grande, encontramos a la derecha un cartel enorme en la entrada del puerto indicando donde estaba nuestro Ferry, es decir, el que iba a dejarnos en Melilla. Tras unas vueltecillas, llegamos al aparcamiento donde dejamos el autobús.Nos dieron una pequeña tarea: sacar el pasaporte y cubrir un papel con datos para entregar en la frontera. También nos dieron la tarjeta de embarque. Quedamos a las once quedamos para embarcar, así que nos quedaron unas dos horas para cenar y dar una vuelta por Almería. Nos metimos en una cafetería donde servían aquellos Crujicokets (o como se escriba) que comí hacía tiempo en Cantabria. Yo no pedí nada, porque aun tenía algo de agua, y tampoco nada de comer porque no tenía muchas ganas. De los que fuimos allí, algunos pidieron de beber, y otros tambié algo de picar, exactamente, los Crujicokets esos. Un percance con el camarero novato que nos atendía hizo que terminara con la camisa y un poco del pantalón. Como llevaba la ropa de por la tarde en la mochila, me cambié la camiseta y puse la ade manga larga de nuevo.

Cuando faltaba media hora para las once, nos fuimos acercando al puerto, y al llegar, entraron a un supermercado a comprar algo de picar en el viaje. Cuando nos acercamos a las escaleras de embarque, el número de gente por las esquinas tirada esperando fue creciendo. Nos juntamos poco a poco y esperamos por Manuel, pero al ver que no llegaba, tiramos dentro. Como íbamos con cierta prisa, no nos pasaron ni el detector de metales. Esperamos por todo el grupo arriba, y cuando llegaron todos, èmpezamos a embarcar. Al comienzo de la pasarela había dos destinos, y mucha gente se metía en donde la nuestra y los guardias les daban la vuelta. Un poco caótica la situación. Nosotros fuimos recto a nuestro barco, y poco a poco entramos dentro. El olor se convertía poco a poco en hedor y empezamos a ver a gente echada en el suelo. Los niños pequeños lloraban, había mujeres que estaban totalmente cubiertas. Todos los hombres de pinta marroquí tenían bigote.

Nos sentamos en unas butacas. Al final, tal y como nos habían dicho, nos quedamos sin camarotes. Todos tuvimos que conformarnos con estar en las "cómodas" -realemente incómodas- butacas.

A las doce salió el barco.

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